Editorial 10: Adolescencia

Octubre de 2011

La adolescencia es probablemente la etapa del desarrollo de las personas que más conflictos puede generar, tanto en el propio adolescente como en la relación de éste con los demás. Algunos de los comportamientos adolescentes son desconcertantes, rebeldes, inestables…en general inexplicables para los adultos que conviven con él, y la mayoría de las veces no se deben a ningún trastorno clínico, sino a los “obstáculos propios del camino” que permiten que, una vez superados, uno sea más consciente de sus capacidades de esfuerzo y superación.

De esa forma, esta etapa se convierte en una oportunidad para que el adolescente se valore más y vaya reforzando su forma de ser, si la supera de forma exitosa. Podríamos decir que un adolescente que no atraviese las dificultades propias de esta etapa tan convulsa, puede salir de ella con una más débil imagen de sí mismo y de su capacidad para superar adversidades. Así pues, el adolescente debería llegar a esa etapa preparado para enfrentarse a situaciones nuevas, para adaptarse a cambios profundos y para salir airoso de conflictos que se pueden presentar inesperadamente, preparándose de esta forma para la que será la etapa más larga de su vida, la edad adulta.

Muchos de los comportamientos que se exhiben durante la adolescencia, aunque molestos para quienes conviven con el adolescente, son necesarios para que el chico madure y desarrolle adecuadamente su personalidad.

La adolescencia puede ser una época difícil porque constituye la TRANSICIÓN entre la infancia y la edad adulta y porque va acompañada, en muy corto espacio de tiempo, de múltiples cambios a todos los niveles (físicos, emocionales, sociales), que en muchos casos ni siquiera comprende ni puede controlar quien los experimenta, y lo que puede ser aún peor, que quienes conviven con él entienden aún menos, y más difícil todavía, tampoco muestran una actitud que promueva su entendimiento. En muchos casos dicha actitud es de rechazo por la propia molestia que ocasionan o por los malos recuerdos que generan en quien convive con el adolescente, basados en sus propias experiencias adolescentes, que quizás fueron negativas.

La ambigüedad propia del adolescente ocasiona que a veces se le trate como a un niño al que no se tiene muy en cuenta en el grupo familiar o de amigos, mientras al mismo tiempo se le exige tanto como a un adulto (educación, responsabilidad, estabilidad...).

Uno de las principales misiones de la adolescencia es la de ir generando en el individuo lo que será finalmente su personalidad, es decir un patrón de conductas, pensamientos y sentimientos coherentes y predecibles por quienes conviven con él. Y el primer paso para alcanzar ese perfil único e intransferible que será su personalidad, comienza por ir entendiendo conceptos como el de identidad personal, con sus límites y sus interacciones con los límites de los demás. En este momento el adolescente suele hacerse preguntas del tipo de: ¿Quién soy yo?, ¿de dónde vengo?, ¿para qué?... y tal vez la más importante de todas: ¿seré capaz?

Habitualmente este proceso de construcción de la personalidad suele comenzar con un rechazo a todo lo que se asocie a la niñez y una exageración a veces caricaturesca de los comportamientos que consideren propios de los adultos, como forma de reafirmarse en la etapa más avanzada (fumar, beber, decir tacos, criticar a los pequeños...). Curiosamente, esa necesidad de romper con el pasado se vive de forma muy negativa por los padres, que suelen sentir amenazada su autoridad y percibir que peligran tanto los vínculos familiares (con la inclusión de nuevos individuos: amigos, parejas... que pasan a ser los más importantes de sus vidas), como los valores que intentaron inculcarles en las etapas previas... que ahora aparecen en un segundo plano frente a la popularidad entre sus iguales o la necesidad de reafirmar su fortaleza o su belleza.

Quienes rodean a un adolescente también pueden percibir como exagerada esa necesidad de intimidad (de reciente aparición: ya tienen secretos), autonomía (ya no quieren que les acompañen a todas partes) y originalidad (necesitan aún sentirse especiales), que mezclada con la inseguridad propia de los adolescentes, genera un caldo de cultivo fantástico para los conflictos entre ellos mismos o entre ellos y sus familias.

Al ir descubriendo su propia intimidad puede aparecer la vergüenza y por eso a veces se comportan de una forma tan pudorosa que puede llevarles incluso al aislamiento. Las necesidades de intimidad a veces no se tienen en cuenta por parte de los adultos con los que conviven... y ahí comienzan los problemas. Es importante comprender que existe un espacio físico propio, un espacio de seguridad existente en todas las especies, que va creciendo conforme se hacen mayores. La presencia en su círculo de una persona de confianza que trate sus sentimientos con respeto, sin críticas ni rechazos, resulta crucial para superar esta etapa de la forma más exitosa posible. Tal vez por ese motivo, para un adolescente son fundamentales sus amigos íntimos, sus secretos, su música, sus escritos, etc...

Para que un ser que al nacer era completamente dependiente de sus cuidadores y que en la infancia tuvo problemas para distanciarse de sus adultos significativos pueda convertirse en un adulto seguro de sí mismo, el adolescente necesita tomar sus decisiones, equivocarse por sí mismo y asumir la responsabilidad de sus decisiones y equivocaciones, así como saber medirse en la celebración de sus aciertos. Algunos padres, los menos seguros, se oponen a esa necesidad de autonomía temiendo con ella perder el vínculo que les unió a sus hijos.

Entre las dificultades más importantes que encontramos en la adolescencia están la adultomorfia y la infantilización, es decir el exceso y el defecto en el proceso de autonomía. Existe un dicho entre los profesionales de la salud mental que viene a resaltar que “Un niño adultizado será un adulto infantilizado”. Al mismo tiempo, un adolescente infantilizado corre el riesgo de perpetuar los rasgos de inestabilidad propios de la adolescencia a lo largo de toda su vida. Cuanto más inflexible y rígida es la familia, más radical suele ser la forma de buscar la autonomía del adolescente.

Frente a la necesidad de originalidad del hijo, algunos padres suelen empeñarse en repetir modelos previos (de ellos mismos, de hermanos mayores, de vecinos...) que pueden ser vividos por el adolescente como un rechazo a su propia esencia. Y si la persona no puede desarrollar su esencia en casa puede tratar de hacerlo, a veces de forma exagerada, fuera de la familia. Otras veces como forma de oposición a la postura de la familia optan por lo contrario de lo que se les invita a aceptar sin rechistar.

Todas estas dificultades se acentúan cuanto más inseguro es el individuo y más dificultades existen, tanto dentro como fuera de él, para evolucionar de forma natural hacia esa transición que le lleve a la edad adulta. Entre las dificultades intrínsecas que un adolescente puede encontrar, están los trastornos que sufre y que merman la confianza en sí mismo. En estos casos es aún más importante la comprensión de los que conviven con él, la guía carismática de los adultos significativos, el establecimiento de límites claros que respeten sus diferencias, la cercanía emocional de la familia y un clima de comunicación eficiente en el que no sea difícil expresar lo que se siente. No hay que olvidarse de respetar el ritmo de maduración de cada uno y proporcionar espacios físicos donde el adolescente pueda preservar su intimidad, prepararle para aceptar los cambios y enseñarle a controlar sus sentimientos más intensos, que pueden llevarle a actuar impulsivamente, especialmente en seres que aún no han desarrollado los sistemas cerebrales de inhibición de conductas inadecuadas.

Los adolescentes, aunque más autónomos que los niños, siguen necesitando TIEMPO, DEDICACIÓN E INTERÉS, y sobre todo, el reconocimiento por parte de sus adultos más cercanos, como seres únicos e irrepetibles.

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